jueves,18 agosto 2022
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Juicio clave para los derechos humanos y la justicia global

Amnistía Internacional entrega 70.000 firmas a EEUU en Madrid por liberar a Assange y a la prensa

Redacción
Olatz Cacho, responsable de campañas de Amnistía Internacional, ha entregado una caja con 70.000 firmas a la Embajada de Estados Unidos de Madrid, en defensa de Julian Assange, acusado de haber publicado documentos clasificados a los que tuvo acceso como parte de su trabajo periodístico con Wikileaks y que informaban de posibles crímenes de guerra cometidos por el ejército de EEUU.El juicio en Londres para la extradición según sus defensores es clave también para liberar a la prensa del poder.

El pasado 7 de septiembre, se reanudó la vista en la que se decidirá si se acepta la solicitud que ha hecho la administración Trump de extraditarlo a EEUU. Y no dejaron asistir por videollamada a Amnistía Internacional para observarla. 

Si Julian Assange es extraditado a EEUU, puede ser condenado a hasta 175 años de prisión, aunque asegura Amnistía Internacional que no cometió ningún delito y su actividad está amparada por la libertad de prensa. 

Esta vista, clave para asegurar que se respetan los derechos humanos y garantizar el derecho a un juicio justo, se espera que dure varias semanas. 

Amnistía Internacional ha dicho “no a la extradición” y también ha pedido “la retirada de los cargos de espionaje” contra Assange, así como otros cargos “derivados de sus actividades periodísticas y de investigación”. Para esa ONG estas actividades las realizan los periodistas de forma habitual “en el ejercicio de su profesión”. Y consortiumnews.com ha manifestado que los medios de comunicación no están cubriendo el caso de Assange como es debido.

En un articulo titulado La farsa kafkiana del juicio político de Julian Assange, el profesor de la Universidad e Almeria Juan José Torres Núñez asegura que en este juicio político no se busca el encarcelamiento de los criminales, sino la condena del periodismo y de la libertad de prensa por haber sacado a la luz los crímenes de guerra que Assange ha expuesto al mundo en WikiLeaks. Esa preocupación por los ataques a la prensa por parte de Trump, Bolsonaro y otros gobernantes fue este miércoles reiterada por diversos oradores, entre ellos Rosental Alves, del Centro Knight para el Periodismo en las Américas, en el XV Congreso de Editores Españoles. Pero el periodismo corporativo, el periodismo mainstream [tradicional, dominante, mayoritario] ya casi no habla de Assange, ahora que según el autor estamos viendo al capitalismo liberal encaminarse hacia “una dictadura corporativa”, como ha expresado el periodista australiano John Pilger.

En las vistas orales presencia´das estos días en el juiio de Londres vemos a un Assange enjaulado en una cabina de cristal a prueba de bala –como en el juicio anterior–, humillado, demacrado, con aspecto cadavérico y abandonado por la prensa internacional. El hombre que quiso que el mundo conociera la verdad, quieren presentarlo como un terrorista. En la parodia de este juicio político sobre la posible extradición de Assange a Estados Unidos, parece que asistimos a la negación de la Justicia, según han advertido varias organizaciones internacionales, como Amnistía Internacional (A I) y periodistas y académicos de todo el mundo. Aquí lo que de verdad está en peligro es la libertad de prensa. Han criticado la peligrosa gestión del gobierno estadounidense en este caso, “por criminalizar las actividades básicas de los periodistas”. Al constatar las “muchas violaciones de los derechos humanos, políticos y civiles”, han pedido su “puesta en libertad inmediatamente”. Inciden en que Assange se encuentra en la prisión de Belmarsh de alta seguridad, en el Reino Unido, con criminales y terroristas, simplemente por “exponer los crímenes de guerra y los abusos de los EE UU y sus aliados”.

Añade José Torres Núñez que su extradición a EE UU no permitiría que Assange tuviera un juicio justo, pero sí una posible sentencia de 175 años en una prisión, confinado, incomunicado, sin conocimiento del mundo exterior y sujeto a las Special Administrative Measures del sistema carcelario estadounidense, el SAMs, conocido como uno de los rincones más oscuros del sistema federal. Si todos mostramos nuestra más enérgica repulsa a esta posible extradición, quizá podamos poner fin a la acusación ilegal de Assange.

The Washington Post publicó una breve reseña al final de la última página de la sección de noticias internacionales sobre el primer testigo de la defensa de Assange, Mark Feldstein, quizá porque es profesor de periodismo en la Universidad de Maryland. Aunque “la democracia y la libertad de prensa están en peligro” no creemos que “el NYT o el Post o cualquier medio mainstrem vayan a dar detalles, noticias diarias, análisis o comentarios sobre el juicio”, advierte consortiumnews.com.

El profesor Feldstein expresó su testimonio en un documento de 26 páginas que entregó a los periodistas, titulado US vs Julian Assange, dividido en 11 apartados. El apartado 2, La campaña de Trump sobre la prensa, comienza así: “Desde que el Presidente Donald Trump tomó posesión de su cargo, él y su Administración han hecho una campaña despiadada contra los periodistas y los medios de comunicación, como una institución que no tiene precedentes en la historia de América”. En sus ataques, Trump ha tildado a los periodistas de “enemigos de la gente” y “proveedores de noticias falsas”, y ha denunciado públicamente a los medios de comunicación, acusándolos de “enfermos”, “deshonestos”, “antipatrióticos” y “totalmente corruptos”. Trump ha amenazado a algunos medios que lo han criticado, con “una suspensión de la licencia de emisión”. Y presionó al director del FBI para parar las filtraciones a la prensa, “metiendo a los periodistas en la cárcel”, mostrando así “un desprecio a la libertad de prensa”. Según el documento de Feldstein, la Administración de Trump ha aumentado el número de investigaciones criminales sobre filtraciones de periodistas y ha indicado que “los periodistas pueden ser procesados”. Este juicio de Assange forma parte de una campaña contra los medios de comunicación, que “puede tener un efecto trascendental”, afirma Feldstein. Y termina su declaración resaltando que Assange es un editor protegido por la Constitución estadounidense. Según él, la Enmienda primera protege a Assange de “la criminalidad y el abuso de poder del gobierno”.

Al contrario de Trump, “Assange cree que los periodistas son los agentes de las personas”, escribe Pilger en su artículo The Stalinist Trial of Julian Assange. Nos cuenta que en los cincuenta años que ha trabajado como periodista nunca ha visto una campaña tan sucia como la que se ha orquestado contra Assange. Y todo porque “cree que el periodismo es un servicio para el público”. Hoy, en esta farsa kafkiana que estamos presenciando, “el Reino Unido se distingue por el abandono de su propia soberanía al permitir que un poder extranjero maligno manipule la justicia [por medio de un proceso] vicioso de tortura psicológica a Assange –una forma de tortura, como ha subrayado el experto de la ONU, Nils Mezer, que fue refinado por los nazis porque era muy efectivo para destruir a las víctimas”, observa Pilger. Y termina su artículo exhortándonos a defender a “un verdadero periodista con un coraje que debe ser una inspiración para todos los que creemos que la libertad es posible”.

 

Trump ordenó detenerle tras beneficiarse de sus denuncias

La plataforma Wikileaks nació en 2006, pero no se convirtió en un fenómeno global hasta 2010, cuando llevó a cabo la mayor filtración de documentos clasificados de la historia de Estados Unidos, según informó Amanda Mars EL PAIS, si bien es sabido que en este caso se juega no solo la relación de Trump sino la batalla por el derecho a la información. como recogió hace varios años la entrevista realizada por Iñaki Gabilonso a Assange, cuyo vídeo enlazamos a continuación. Se trataba de un arsenal de cables militares y diplomáticos que destaparon miserias sobre las guerras de Afganistán e Irak, además de todo tipo de detalles inconvenientes sobre lo que los funcionarios estadounidenses pensaban o escribían del resto de líderes internacionales, desde el interés por la salud mental de Cristina Fernández de Kirchner hasta la peculiar guardia femenina de Gadafi.

Con semejantes mimbres, costaría imaginar que un candidato a la presidencia de Estados Unidos se atreviese a decir la más mínima palabra exculpatoria sobre la web de Julian Assange. Pero cuando una criatura política como Donald Trump entra en escena, todo es posible, y durante aquel 2016 en que pugnaba por llegar a la Casa Blanca, el magnate neoyorquino se deshizo en elogios: “Wikileaks, amo Wikileaks”, dijo en un mitin en Pensilvania. “Wikileaks es como un tesoro escondido”, se despachó en Michigan. “Ay, chico, me encanta leer Wikileaks”, compartió en Ohio.

Entrevista realizada hace varios años a Assange por Iñaki Gabilondo

La plataforma había publicado una tonelada de correos electrónicos pirateados del Partido Demócrata que habían dejado en mal lugar a Hillary Clinton y la formación, en lo que los servicios de inteligencia identificarían más tarde como una de las grandes patas de la trama rusa, la injerencia electoral de Moscú con el fin de favorecer la victoria del republicano en los comicios. Y Trump se mostraba exultante. Pero este jueves, cuando la policía británica arrestó a Julian Assange en la Embajada ecuatoriana de Londres, tras la petición de extradición por parte de Estados Unidos, el hoy presidente parecía otro. “No sé nada de Wikileaks”, respondió a la prensa.

Atrás ha quedado la época en la que bromeó pidiendo a Vladímir Putin que robase los correos de Clinton —“Rusia, si nos están oyendo, espero puedas encontrar los 30.000 emails de Hillary Clinton”— o cuando concedía más crédito a Assange que a los propios servicios de inteligencia estadounidenses. Eso ocurrió en enero de 2017, ya como presidente electo, al poner en duda la acusación de las agencias, que señalaban al Kremlin como responsable de las filtraciones, algo que Wikileaks negaba. “Julian Assange dice que ‘un chaval de 14 años podría haber hackeado a [John] Podesta [exjefe de campaña de Clinton]’. ¿Por qué tuvo tan poco cuidado el Partido Demócrata? ¡Además dijo que los rusos no le dieron la información!”, tuiteó Trump.

Las simpatías hacia el universo Wikileaks iban más allá de las barrabasadas en Twitter al calor de un mitin a las que acostumbraba el neoyorquino. Su hijo mayor, Donald júnior, intercambió mensajes privados con la plataforma en plena campaña. En aquella correspondencia, que trascendió en noviembre de 2017 en la revista The Atlantic como parte de la investigación en el Congreso de la trama rusa, la web de Assange animaba al joven a difundir las filtraciones y le aconsejaba estrategias. Además, uno de los asesores de Trump, Roger Stone, fue una de las piezas clave de la investigación de la trama por sus contactos con la plataforma.

Este tipo de aproximaciones alimentaron las sospechas sobre la posible connivencia de Trump o su círculo con el Kremlin en la injerencia electoral. El informe final del fiscal especial Robert S. Mueller, a cargo del caso, ha exonerado al presidente y este, ahora, marca todas las distancias posibles de Wikileaks. Mientras se daban los últimos compases de la investigación de Mueller, un gran jurado estaba investigando a Assange. La Justicia estadounidense lo acusa de conspiración criminal para infiltrarse en sistemas del Gobierno y de haber ayudado al entonces soldado Chelsea Manning a hackear ordenadores con información clasificada de la Administración norteamericana en 2010. Podría ser condenado a hasta cinco años de cárcel, pero los abogados de Assange temen que los cargos se amplíen y le pidan una pena de décadas. El gran filtrador vuelve a ser un enemigo de Estados Unidos.

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