jueves,18 agosto 2022
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Polonia,,pinta de lanza de una alianza hanseática reeditada, más amplia y menos explícita

El arte de minar sin polexit a la Unión Europea

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En democracia, el desajuste de las funciones de los poderes legislativo, ejecutivo y judicial estimulan la función de alerta, cuando no de mediación directa, del unánimemente señalado como Cuarto Poder. No es el caso de Polonia, donde la represión sistemática de toda forma de periodismo independiente o voz disonante que emane de la sociedad civil organizada, ha dado rienda suelta al asalto al poder judicial.

Tampoco es novedad o caso aislado. Conductas antidemocráticas de similar calado suceden en sus países vecinos (Hungría, República Checa y Eslovaquia), con los que Polonia comparte una larga tradición común, larvada desde el medievo en la alianza de Visegrado y reeditada con urgencia en la década de los 90, tras la rápida descomposición y liberación del yugo de la Unión Soviética. Su objetivo: el ingreso en la OTAN y en la Unión Europea.  

Alemania no es en nada ajena a este proceso. Vislumbra acelerar el cambio de órbita de estos “países satélites” y, con ello, mejorar el escudo de protección frente al incipiente eje militar reunido en torno a la Comunidad de Estados Independientes que promueve una Rusia impredecible, en plena mutación hacia un capitalismo desbocado.

Acompañar el ingreso en la OTAN con la incorporación al mercado interior europeo, permitirá integrar a estos países en sus estrategias de desarrollo industrial, generar un submercado interior al servicio de un inmenso potencial de producción. 

Así, la sombra de Alemania se yergue para alentar con fuerza la rápida ampliación del club y en 1993 se aprueban los criterios de Copenhague, requisitos para ingresar en la Unión Europea: democracia, respeto de los derechos fundamentales y Estado de derecho. Todos ellos ulteriormente recogidos en el Tratado de la Unión Europea (artículos 6 y 49). ​

El patrocinio alemán va a resultar cómodo; de hecho, no deja de ser un reencuentro con la tradición de las ciudades hanseáticas alemanas. También esa alianza, que combinó causas comerciales y de defensa, se remonta a la Edad Media, y con el tiempo, fueron incorporando a Cracovia y Wroclaw (Polonia), Estocolmo, Riga y Tallín. 

Hoy todos ellos son parte de otra alianza hanseática reeditada, más amplia y menos explícita, pero con unas marcadas señas de identidad que les orientan a satisfacer sus intereses individuales antes que los comunes a todos sus socios.  

La mayoría de esos países también drenan cotidianamente el alcance de los pronunciamientos del Tribunal de Justicia de la Unión Europea, de obligado cumplimiento en virtud del mandato del artículo 14 del Tratado de la Unión Europea, que otorga primacía al derecho comunitario frente al de los Estados miembros. Incluso Alemania, siendo plenamente respetuosa del Estado de derecho, también trata de cuestionar lo que en ocasiones entiende como extralimitaciones en su función de la máxima autoridad jurídica de Europa. 

Volviendo a la actualidad polaca, observamos ccómo, una vez asfixiado el cuarto poder, su gobierno frugal aviva el asalto a la independencia del poder judicial, último escalón para culminar un Estado totalitario. 

Pero de nuevo se ha topado con una fastidiosa sentencia del Tribunal de Justicia de la Unión Europea, y ante su desprecio, la respuesta de la Comisión Europea ha enervado en particular al gobierno polaco. El caso es que después de esmerarse en hacer bien los deberes, la aplicación del procedimiento de condicionalidad ha puesto en juego la recepción de las primeras remesas de los fondos de recuperación, que superan los 23.000 euros. 

Parece ser el único mecanismo efectivo para frenar tanta tropelía, pues ya funcionó en 2019 después de que varias provincias polacas se declarasen libres de “ideología LGTB” y tuvieran que dar marcha atrás ante la amenaza de perder su parte de fondos React-UE, fondo de cohesión territorial por el que Polonia ha recibido más de 1.500 millones de euros.

La Historia todavía no conoce país alguno que se desgaje de aquel que tanto recibe, y Polonia es con gran diferencia el mayor perceptor de fondos europeos, en términos netos. En contraste, ejerciendo una de las portavocías del club de los hanseáticos, se permite escalar hacia el total desprecio de los valores que inspiraron la construcción de la Unión Europea, ignorando todo pronunciamiento del Tribunal de Justicia que pretenda frenar sus prácticas criminales, sea en materia de derechos humanos, telecomunicaciones o cierre de minas.

Una vez excedidos todos los límites razonables, no quedaría otra que arbitrar procedimientos de exclusión forzosa para aquellos que pretendan “estar en misa y repicando”. Pero el artículo 50 sólo sirve para el abandono voluntario de la Unión y dado que Polonia aspira a una economía más próspera que la de Bielorrusia, mucho se cuidará de activar por esa via el “polexit”.

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